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Cancellara también gana en el velódromo

Nunca es tarde para empezar. A sus 39 años el velocista Alessandro Petacchi se animó a disputar por primera vez en su carrera la clásica París-Roubaix. Algo que nunca se atrevió a hacer ‘Il Bello’ Mario Cipollini, el rey de la ‘volata’ durante tantos años. Así es el ‘Infierno del Norte’, una carrera que inspira temor y, al mismo tiempo, devoción en los ciclistas.

La 111ª edición de la ‘clásica de las clásicas’ fue a parar a manos del hombre sobre el que todas las miradas estaban puestas, Fabian Cancellara. Aunque esta vez el suizo venció de un modo inusual: esprintando en el velódromo y sorteando todas las trabas que encontró en el camino; corriendo con gran inteligencia y demostrando que no necesita ser el más fuerte para ganar.

Fue una París-Roubaix veloz, la segunda más rápida de la historia (se rodó a 44,02 kilómetros por hora). Una prueba marcada por el dominio y la sensación de superioridad que siempre transmite ‘Espartaco’ a sus rivales, quienes asumieron desde el primer momento el favoritismo del corredor helvético. Tan solo el tremendo tirón a cargo de Taylor Phinney en el Trouée d’Arenberg inquietó a Cancellara antes de llegar al tramo decisivo.

A 51 kilómetros para la meta, el líder del RadioShack arrancó la moto para mandar un aviso y de paso hacer la primera selección. Pero Cancellara se había quedado sin equipo, momento que aprovecharon sus adversarios para buscarle las cosquillas. Entre ellos, el eterno Flecha. Se formó un grupo en cabeza con Vandenbergh, Gaudin, Vanmarcke y Langeveld, aparentemente inofensivo.

Cancellara nunca se puso nervioso en un grupo donde todos sus acompañantes le dejaban la responsabilidad. Reguló sus fuerzas y solo cuando lo vio claro se lanzó a por los cuatro de cabeza. El checo Stybar, un corredor procedente del ciclocross, se enganchó a su rueda dispuesto a retar al ‘expreso de Berna’ en los kilómetros finales, con ayuda de su compañero de equipo Vanderbergh.

A las puertas del Carrefour de l’Arbre -uno de los puntos determinantes de la carrera- ya estaban definidos los hombres que se jugarían el triunfo. El célebre tramo adoquinado fue el escenario escogido por Cancellara para soltar un nuevo latigazo y la tumba de los dos hombres de Omega Pharma-Quick Step. Vanderbergh y Stybar, empeñados en rodar por el exterior para evitar el pavés, tropezaron con dos espectadores y quedaron descartados. Cancellara se quedaba solo con Vanmarcke.

La locomotora suiza no pudo marcharse en solitario como en otras ocasiones y le tocó verse las caras con un adversario algo incómodo, pero bastante inexperto (24 años). Cancellara no se fiaba y a tres kilómetros del final intentaba sorprender al belga con un ataque a contrapié. Vanmarcke no le dejó marchar y ambos quedaron ‘condenados’ a disputarse la victoria en el velódromo de Roubaix.

Nada más entrar en el legendario óvalo los dos corredores comenzaron a marcarse y a realizar ‘surplace’, la técnica empleada en los pruebas de ciclismo en pista y que consiste en frenarse en la parte alta del velódromo para esperar al adversario. Por un momento ambos se quedaron clavados y apareció el riesgo de mezclarse con sus perseguidores. Vanmarcke era más rápido, pero Cancellara llegaba más entero.

Con un arreón final, el suizo superó a su contrincante para coronarse por tercera vez en el ‘Infierno del Norte’ (2006, 2010 y 2013). ‘Espartaco’ repetía el doblete Flandes-Roubaix que ya consiguió en 2010. En la meta, dos imagenes: Cancellara derrumbándose por el esfuerzo y las lágrimas de un desconsolado Vanmarcke. A 39 segundos llegaba el incansable Flecha (8º). El año que viene volverá a intentarlo de nuevo. El catalán ama demasiado la París-Roubaix. Como la amaba el malogrado Miguel Poblet.

Miguel Poblet, pionero por antonomasia del ciclismo español

Mucho antes de que Óscar Freire empezase a llenar sus estanterías de títulos mundiales y ‘monumentos’ del ciclismo, otro español se encargó de marcar el camino al mago de Torrelavega. El mundo del deporte está repleto de personajes que nunca obtuvieron el reconocimiento que merecieron. Hombres adelantados a su tiempo que derribaron barreras contra las que otros muchos se estrellaron. Son los pioneros, los primeros en conseguir logros que nadie podría imaginar y que, sin saberlo, marcaron un antes y un después en sus respectivas disciplinas. Si hablamos de ciclismo, el término pionero debe ir asociado irremediablemente a la figura de Miguel Poblet.

La memoria del aficionado español tiende a vincular la palabra pionero con Federico Martín Bahamontes -el primer español en ganar el Tour de Francia- y calificar su victoria en la ronda la gala como el primer gran triunfo del ciclismo español. Poblet tuvo la ‘desgracia’ de ser contemporáneo (ambos nacieron en 1928) de ‘El Águila de Toledo’ en un país donde se rinde culto a las grandes vueltas por etapas (Tour, Giro y Vuelta) por delante de las grandes clásicas (Milán-San Remo, Tour de Flandes, París-Roubaix). La realidad es que cuando Bahamontes conquistó la ‘grande boucle’ en 1959, Poblet ya había sido el primer español en conseguir otras grandes gestas para su país. El ciclismo español y la prodigiosa carrera de Óscar Freire no podría explicarse sin la figura del catalán.

Miguel Poblet Orriols (18 de marzo de 1928) nació y se crió en Montcada i Reixac (Barcelona) rodeado de ruedas, cuadros, pedales y tubulares. Su padre Enrique Poblet, además de trabajar en una empresa eléctrica, era propietario de una tienda de bicicletas en la localidad barcelonesa. El ciclismo era la gran pasión del cabeza de familia de los Poblet y su sueño frustrado (llegó a competir en algunas carreras). Por eso, desde el primer momento se empeñó en que su hijo Miguel se convirtiera en ciclista.

La bicicleta se convirtió en un modo de vida para el joven Miguel Poblet que pedaleaba todos los días durante más de 40 kilómetros para llegar a la Escuela Industrial de Barcelona. A los 16 años ya ganaba carreras con una insultante superioridad y sin contar con ficha federativa, ya que éstas solo se concedían a partir de los 18 años de edad. Por eso tuvieron que falsificarle su fecha de nacimiento para que pudiese competir ‘oficialmente’ con el resto de ciclistas, bastante más mayores y curtidos que él. Su padre intentó convertirle en un escalador al igual que los Mariano Cañardo, Vicente Trueba y Julián Berrendero. Aquello fue en vano. Miguel Poblet iba a ser un corredor total, un’clasicómano’, una raza hasta entonces desconocida en el ciclismo español.

Paradójicamente una de sus primeras victorias más importantes fue el Campeonato de España de Montaña en 1947. Un triunfo que repitió al año siguiente por delante de Bernardo Ruiz. Poblet empezó a alternar la carretera con la pista donde aprendió a disputar todas las especialidades. La escasez de medios que había en la España de la posguerra le hacen emigrar a Francia e Italia, donde terminará su formación como ciclista. A su regreso, el catalán es un corredor completamente transformado. La Volta a Catalunya de 1952 será el anticipo de una serie de victorias hasta entonces inéditas para el ciclismo español.

En 1955 debuta en el Tour de Francia. Eran los años en que la ronda gala se disputaba por selecciones nacionales. La escasa preparación y las malas condiciones en las que entrenaban convertían al equipo español en un grupo donde evitar el fuera de control era una proeza. Sin embargo, Poblet tenía algo que le distinguía de sus compaños y lo iba a demostrar nada más comenzar. El de Moncada i Rexach se llevó la etapa inaugural, convirtiéndose en el primer español en vestir el preciado maillot amarillo. Aunque su participación no se quedó ahí. También deja su sello coronando primero el Tourmalet y anotándose la última etapa con final en el Parque de los Príncipes.

Pero es en las grandes clásicas donde Miguel Poblet quiere centrar todos sus esfuerzos, sin descuidar su participación en las grandes vueltas. En 1956 pasa a la historia como el primer ciclista en ganar una etapa en Tour, Giro y Vuelta en un mismo año. Serán cuatro etapas en la carrera rosa, otras tres en la ‘grande boucle’ y una más en la ronda española. Poblet se marcha al Ignis Varese italiano para poder luchar por las carreras de un día con un equipo de garantías. El resultado, dos Milán-San Remo (1957 y 1959) y una Milán-Turín (1957), pruebas en las que también fue el primer español en inscribir su nombre entre los vencedores.

Poblet recibe por parte de la afición italiana todo el cariño que no encuentra en España. Después de ganar la ‘classicissima’ su gran obsesisión será triunfar en la París-Roubaix. Rozó la victoria en la edición de 1958, cuando solo diez centímetros le separaron de la victoria ante el belga Leon Van Daele. Aquella derrota le marcó para siempre y le hizo llorar amargamente en el velódromo de Roubaix. Ningún español -sin contar a Juan Antonio Flecha- ha estado tan cerca de reinar en el ‘Infierno del Norte’.

El catalán siguió ganando etapas en el Giro de Italia hasta el último año de su carrera para llegar a un total de 20. Tuvieron que pasar 40 años para que otro español recogiera su relevo en las grandes clásicas, Óscar Freire. Poblet siempre se desvivió por animar y dar consejos a su sucesor con el que siempre mantuvo una relación de admiración y respeto mutuo. Ambos tenían mucho en común. Eran dos genios incomprendidos. Dos campeones que habían nacido en el país equivocado.

La fría mañana del 6 de abril de 2013 se apagó para siempre la llama de Miguel Poblet, el pionero por excelencia del ciclismo español. Lo hizo en la víspera de la París-Roubaix, la carrera donde también fue el primero en soñar con la victoria.